Por Martha Arrías Pabon, – Mediadora. martharrias@gmail.com

Hablar de conflictos, nos remite a pensar en situaciones en que dos o más personas están en oposición o desacuerdo porque sus necesidades, posiciones, intereses, valores o deseos son incompatibles o al menos se perciben como incompatibles.

  

Las emociones y sentimientos tienen un papel fundamental en las relaciones de las partes, que ayudarán a encontrar o no la solución o transformación del conflicto.

El conflicto es inherente y necesario al ser humano, es la expresión de las necesidades e intereses y también una oportunidad de crecimiento y desarrollo mejorando la convivencia.

 La respuesta que damos, lo que hacemos cuando aparece un conflicto es la clave para que no escale, no salga de los cauces pacíficos.

 Aprender a analizar los conflictos, descubriendo su complejidad, encontrar las causas que los originan y utilizar las herramientas, habilidades y estrategias apropiadas, nos permitirá prevenirlos o contenerlos cuando se han desatado. Para esto los ciudadanos en general, y quienes ocupamos lugares estratégicos en la sociedad, debemos preocuparnos por adquirir estas herramientas, habilidades y estrategias de que hablamos.

 Para John Paul Lederach[2] la palabra! ”conflicto” es académica, y a nivel popular se relaciona con el “conflicto bélico”. Este autor expresa que ha identificado palabras que son sinónimos del término conflicto que están relacionadas con las personas, el proceso y el problema.

Si hablamos de personas, nos referimos al aspecto humano del conflicto, tomando en cuenta las emociones y sentimientos, esa necesidad e interés del ser humano de desahogarse y justificarse, la necesidad de respeto y las perspectivas del problema; tiene que ver con los elementos sicológicos y objetivos experimentados por una persona.

La violencia actúa entre nosotros como si fuera el único medio por el cual unos pocos hacen oír su voz, mientras que la mayoría perjudicada, debe seguir aguantando.

La violencia puede observarse de distintas maneras:

–          Violencia material, que significa un daño concreto y  Violencia síquica, que se origina en la desinformación, la amenaza, el adoctrinamiento, la propaganda, necesidades insatisfechas, dependencia, etc.

–          Violencia estructural, es indirecta,  ejercida represivamente que puede surgir por problemas económicos, políticos, culturales, militares, comunitarios, etc.

–          Violencia Cultural, que se considera “aprobada” con motivo de revoluciones, fanatismos religiosos, descalificaciones del enemigo, ideologías políticas, o también por sentimientos de superioridad tales como la exclusión, los conocimientos científicos o el arte, etc.

 Tomar conciencia de la violencia que cada uno de nosotros generamos en diversos ámbitos: en la casa, en el trabajo, en la calle o donde sea que convivamos, nos permitirá contribuir a que cese tanta violencia en nuestro país.

 No tenemos dudas que es mucha la violencia en la familia; los padres y madres producen daños físicos y psicológicos a cada momento: contestando el teléfono, atendiendo el llamado en la puerta, tratando en la calle, cuando van en auto, en los negocios, etc., y todo son ejemplos para sus hijos, futuras personas violentas…

Los adolescentes en muchos casos están actuando en forma vandálica, seguramente por la formación que reciben, la falta de amor y comprensión en el hogar, la falta de conocimientos que no les permite “razonar” acerca de la conducta callejera.

 Qué bueno sería que alguien pudiera inventar una “VACUNA” para prevenir la violencia!!!!

La violencia cotidiana que venimos sufriendo diariamente, que se caracteriza básicamente por el NO RESPETO de las reglas y normas; NO RESPETO de las “colas”; MALTRATO en el transporte público; largas esperas para ser atendidos en hospitales públicos; la indiferencia ante el dolor del otro; la inseguridad urbana; los accidentes; los cortes de calles; los paros y huelgas laborales; la falta de clases de los niños y jóvenes; los bajos sueldos de los jubilados; la discriminación; el fanatismo deportivo, religioso, político, vecinal… etc.

Todos estamos aportando a la generación de la violencia, convirtiendo la ciudad, el ámbito laboral, el hogar, la escuela, en selvas donde predomina el más fuerte!

 No se puede negar que hay una sociedad más violenta, pero también es cierto que las películas, los juegos “on line”, las  oleadas informativas de los medios; la TV; la radio; los periódicos y revistas; la violencia de personas con altas funciones parlamentarias; los ejemplos  violentos en las calles; en el hogar; en el club; en los deportes… contagian actitudes.  Una conducta violenta es sinónimo de poder y se utiliza para ocasionar daño al otro. Los estudiantes, cualquiera sea su edad, son permeables a estos comportamientos y participan en el ejercicio de su poder imitando a los adultos, en la creencia que están conformando su propia identidad.

 Estas situaciones de violencia, que afectan sólo a algunos que son quienes procesan todas las informaciones que les llegan de los intercambios culturales, es decir, de esa misma violencia protagonizada por otros.

 Más allá de este posible efecto, lo que está comprobado es que la violencia en los medios, especialmente en la televisión, hace que las personas perciban que el entorno y la sociedad son más violentos.      

La sensación que generan las noticias provocan que los chicos que leen internet, los diarios o ven la televisión, sienten que el colegio es un lugar temible. Eso genera conductas hiperdefensivas: un chico con propensión a la violencia, cree que va al colegio a matar o morir.

La idea de que la violencia es contagiosa, no aparece en planes de control de armas, aunque algunos científicos creen que comprender la naturaleza literalmente infecciosa de la violencia es esencial para su prevención.

La violencia se propaga de persona a persona, existe el germen de una idea que causa cambios en el cerebro, prosperando en ciertas condiciones sociales.

Intuitivamente entendemos que las personas rodeadas de violencia tienen más probabilidades de ser violentos.

La exposición a la violencia es conceptualmente similar a la exposición a, por ejemplo, el cólera o la tuberculosis. Los actos de violencia son los gérmenes. En lugar de devanarse los intestinos o los pulmones, se alojan en el cerebro. Cuando las personas, en particular niños y jóvenes cuyos cerebros son extremadamente plásticos, repiten experiencias o son testigos de la violencia, su función neurológica se altera. [3]

   La “enfermedad” se propaga a través de peleas, violaciones, asesinatos, suicidios, y otros actos cotidianos materiales o psicológicos.

 ¿Cómo se transmiten normas y creencias en la cultura a través de las generaciones? Es a través de la observación y la imitación. No hay codificación genética».
 

No todo el mundo se infecta. Igual que en una enfermedad infecciosa, las circunstancias son la clave: circunstancia sociales, el aislamiento especialmente del individuo o de la comunidad -personas que sienten que no hay salida para ellos, o desconectados de las normas sociales- es lo que finalmente permite que la violencia se extienda rápidamente.

El marco de la violencia como contagio es poco conocido. Todavía hay una tendencia a considerar que la violencia, es un acto aislado de locura y maldad. 

Los cambios de actitudes nos ayudan mucho más para la prevención que la retórica sobre la mano dura contra el crimen, penas más severas, encerrar a la gente. Tenemos que ayudar a las personas a cambiar su comportamiento. Y esto también puede lograrse por contagio.

Ante la falta de modelos tradicionales, los jóvenes encuentran en los noticieros y personajes televisivos sus propios modelos. El efecto contagio y la dificultad de encontrar docentes que le sirvan de referente y sostén interior, hacen que trasladen la agresión e inseguridad, también al ámbito escolar.

Marta Dávila[4] expresa que la falta del elemento sostén en la familia, provocan en el niño o el joven ataques de pánico y también fuertes sentimientos de odio, donde el síntoma fundamental es la violencia, expresada en forma de sufrimiento y tormento hacia sí mismo o hacia los otros, resentimiento y remordimiento.

Negar su sufrimiento por el abandono, les hace acudir a defensas y mecanismos que les ayudan a sostener la idea de que todo es posible y que no es necesario el límite en la acción. Alcoholismo, drogadicción y violencia sin fin son algunas de las demandas que surgen de la exclusión y que indican la alta situación conflictiva familiar y social.

 Los educadores actuando como figuras familiares sustitutas de los niños y jóvenes, pueden ser auxiliares o modelos de identificación y comprender o poner límites necesarios.  Aquí debemos entender que educadores somos todos, el hombre, la mujer, el joven, el adulto, el obrero y el académico, el ciudadano común y el funcionario público. Todos debemos contagiar actitudes, maneras, valores, ética, honestidad, bondad, inclusión y respeto. Se puede lograr, sólo hay que intentarlo cada día.


[1] Arrías Pabon, Martha G. – Mediadora. martharrias@gmail.com

[2] Lederach, John Paul- “Transformación de conflictos. Pequeño manual”. Ed. “De la Catarata”- España 2011

3- Slutkin, Gary  Epidemiólogo de la Universidad de Chicago, que fundó la Cure Violence, organización contra la violencia que considera a esta como un contagio.

[4] Dávila, Marta en “lanacion.com” del 19-05-2014.

Sígamos en las redes

Comentarios

comments

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

¿Le parece interesante este artículo? ¡Compártalo en sus redes!