Por Silvia del Río.
E- Mail:  sndelrio@hotmail.com
Todos hemos escuchado la trillada frase “los niños son el futuro de una nación”. Tristemente muchas veces queda sólo en palabras vacías de sustento ¿Qué hacemos por ellos? Cuando algunos se convierten en marginales olvidamos que hasta hace poco eran “nuestro futuro”. La condena social luego es implacable. Un joven de catorce, quince o dieciséis años aún está en la etapa de construcción de su aparato psíquico. Estamos a tiempo de intervenir en su realidad y lograr cambios ¿Cómo? Desde el comienzo.

Hoy los chicos están solos y esto se ve en todas las clases sociales. El deseo insaciable de consumir, la inversión de la escala de valores, donde “tener” es más importante que “ser”, mostrarse exitoso más imperativo que actuar con éxito desde el afecto y la contención, ha llevado a muchos padres a no mirar, no escuchar, no registrar las verdaderas necesidades de sus hijos. En su lugar, la carencia de afecto y presencia activa en sus vidas es reemplazada por bienes materiales. Esto es también violencia y se traslada a la escuela. “Los chicos buscan llamar la atención con su conducta”, otra frase recurrente. Y es verdad, necesitan ser identificados, mirados, tenidos en cuenta, reconocidos como sujetos.

La escuela, quizás es el último baluarte donde se puede encontrar una ventana hacia la esperanza, un lugar donde expresarse y poder ser escuchado. Como institución conservadora de patrones y transmisora de la cultura está siendo constantemente interpelada ante la velocidad de los cambios a los que le resulta pedagógicamente difícil responder. Sin embargo, hay otra parte de su misión que se mantiene intacta: el sostén afectivo, la socialización secundaria, la construcción de redes de contención. Y aquí es donde las estrategias de comunicación y los métodos alternativos de resolución de conflictos pueden aportar mucho a la mejora del clima institucional.

Con una experiencia de treinta y cuatro en escuelas socialmente desfavorecidas, trabajando con niños y adolescentes, puedo decir que los docentes somos conocedores de la compleja situación que viven nuestros alumnos desde lo familiar, barrial y social. Vivimos y sufrimos con ellos y sus familias sus condiciones penosas, sus circunstancias condicionantes, sus horizontes oscuros y muchas veces sin salida donde la esperanza es sólo una palabra del diccionario, no una experiencia que incluya a todos. El maestro es un buscador de sueños, sueños que pone en acción en cada cuento, en cada canción, en cada acto escolar y es también un buscador de respuestas, un golpeador de puertas incansable, a la espera de herramientas, de ideas, de puentes que le permitan acercarse más a sus alumnos y lograr que recuperen ellos y sus familias la esperanza, la fe en que se puede tener una vida y un futuro más promisorio.

Respecto de los métodos RAD, se habla de sensibilizar a los docentes en este tema. Los docentes hace mucho tiempo que están “sensibilizados”, saben de la existencia de estas formas pacíficas de gestionar las disputas y están deseosos de aprenderlas. Lo que falta es tomar decisiones políticas y acercarles capacitaciones en servicio u otras sobre el tema e incorporar asignaturas en los Institutos de Formación Docente y en los profesorados de nivel universitario.

Otro de los problemas a resolver es la falta de tiempos y espacios institucionales adecuados para poner en acto estas ideas innovadoras. Los edificios escolares, especialmente de las escuelas públicas no están en buenas condiciones y comparten su infraestructura con varios niveles, por ejemplo, primaria y secundaria. Los momentos para poner en práctica mediaciones escolares son reducidos también.

Mientras tanto de manera informal, en el trabajo diario, aquellos que tenemos una formación específica en el tema, realizamos nuestro aporte, enseñando desde la práctica misma cómo prevenir, cómo gestionar, cómo contener los conflictos para que no escalen en forma destructiva y sean aprovechados constructivamente como motor de cambio personal y social. Aprovechamos los escasos lugares y los pocos momentos libres para ensayar facilitaciones entre alumnos, enseñándoles algunas de las reglas de la Mediación como hablar por turnos, escuchar activamente. Les mostramos qué significa concretamente “ponerse en los zapatos” del otro, parafraseamos para que puedan comprender la mirada del compañero, les explicamos cómo el lenguaje nos diferencia de otras especies, nos permite hacer un impasse entre nuestras emociones, nuestros enojos y nuestros actos; los ayudamos a comprenderse cuando al escuchar, quizás por primera vez a su oponente, se dan cuenta que comparten historias similares, de dolor, de abandono, de soledad y de tristeza.

Sin el silencio en el entorno cercano, que se requiere en una mediación de calidad, sin el espacio ambientado con calidez, sin el aroma de un buen café, ensayamos mediaciones precarias, pero igualmente efectivas. Los niños tienen plasticidad, están en etapa de formación, a pesar de tantas carencias, la teoría funciona en la práctica y los resultados son maravillosos: no hay recurrencia de las disputas, las relaciones vinculares no se dañan, por el contrario, se sostienen y mejoran, el clima áulico también se enriquece.

Se requeriría además la incorporación de estos contenidos en el currículum, como contenido transversal o como materia o taller específico. En el área Prácticas del Lenguaje uno de los ámbitos que prescribe el Diseño Curricular de la provincia de Buenos Aires al cual pertenezco es el de la Formación del Ciudadano. Allí podrían incorporarse estos contenidos específicos: herramientas que mejoran la comunicación, reglas básicas de una mediación, abordaje de conversaciones difíciles, algunas estrategias de negociación y finalmente un entrenamiento para formar mediadores entre pares -alumnos.

Nuestros chicos desean y merecen estos cambios. Nuestra sociedad violenta y que los ha violentado desde pequeños, especialmente a los varones enseñándoles a defenderse atacando tiene que producir otros modelos que enseñen que existe la palabra para mediar entre el enojo, el impulso y el acto de agresión. Cuando en un ámbito preservado de las miradas de los demás, los escuchamos y les ofrecemos la posibilidad que se escuchen, se producen transformaciones, se distienden los rostros, la mirada cambia, aparecen las lágrimas y de a poco entre balbuceos y vacilaciones surgen las palabras que tienden puentes, que sanan, que reparan ofensas. Y cuando vuelven a las aulas, ya no son los mismos. O, al menos, hemos logrado que el conflicto no trascienda las puertas de la escuela y no se traslade al barrio y a las familias. Muchas veces, a la inversa, confrontaciones que nacen entre vecinos, se resuelven en la sala de Dirección o en el gabinete del Equipo de Orientación Escolar.

Este es un camino esperanzador que recién comenzamos a transitar. Las bases que cimientan la paz se construyen justamente en los primeros años, donde las huellas de lo que hacemos y lo que dejamos de hacer por los niños quedan guardadas para siempre en sus mentes y en sus corazones.

Agradecemos la colaboración de la autora SILVIA DEL RÍO.

Lugar de residencia: Mar del Plata

Profesión:   Maestra Normal Superior, Profesora en Ciencias de la Educación. Licenciada en Resolución de Conflictos y Mediación.

Celular: 2236915399

Correo electrónico: sndelrio@hotmail.com

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