Los medios de comunicación en Argentina  están dando cuenta del fenómeno de la “rateada” o «faltazo general al colegio» convocada por alumnos a través de “Facebook”.
Frente a esta situación   los adultos nos sentimos movilizados y ya se escuchan  voces  que van desde  una mirada de  cierta  complicidad aceptando la situación  como una “travesura” hasta el pedido de sanciones “ejemplificadoras” con amonestaciones, doble falta , la creación de un grupo “ si te rateás no más computadora por un año” ,  o el “culpabilizar” a la escuela y los docentes y exigirles que «hagan algo».  Hasta un Juez de Santiago del Estero prohibió la rateada en esa provinicia y convocó a que la Comisaría del menor y de la familia «disponga que los menores que participen en el acto sean trasladados a un lugar seguro y puestos a disposición de sus padres» y en otra provincia se ordenó a Facebook «cerrar» los sitios que alientan este tipo de acciones.

 

Si bien, tal como sostienen algunos el fenómeno no es nuevo ya que “rateadas” han existido siempre, da la impresión que en esta ocasión puede tener además otros significados. 
Llama la atención algunos mensajes que existen en los sitios que convocan a estas “rateadas”. Mensajes como “estamos saliendo en las noticias”, “la unión hace la fuerza, hoy organizamos una rateada… mañana quién sabe”,  “los maestros hacen paro  no dan clase y no pasa nada” ,quejas sobre estados de edificios escolares y condiciones en las que se estudia, cuestionar para qué sirve estudiar y hasta la creación de un grupo «Me rateo, pues los diputados y senadores que no dan quorum son mi ejemplo». 
¿Qué nos dicen estos mensajes? ¿Están acaso interpelándonos como adultos para que les prestemos atención?  ¿Son acaso una forma de reacción contra el mundo que estamos construyendo los adultos o  una forma de «hacerse visibles» y probar que también  pueden «ser protagonistas o actores » en la sociedad actual? ¿Será esta una forma de «revelarse», de «darse» a conocer? ¿Qué estamos haciendo?
¿Qué lugar y espacio damos  nuestros jóvenes en nuestra vida diaria? ¿Cómo los consideramos? ¿Son acaso esos «desconocidos» que tenemos que «domesticar» o esos seres a los cuales «tememos» y «es imposible entenderlos»? 
¿Qué ejemplos les estamos dando además sobre el respeto a la norma, el valor del estudio, el trabajo y el esfuerzo?
¿Qué ejemplos damos diariamente donde- como ya lo dijo el genial Discépolo en “Cambalache”- pareciera ser que  “el que no afana es un gil” y   el “zafar”  es visto como  una virtud o “viveza” por muchos? 
¿Qué estamos mostrando en cuanto a la responsabilidad en la construcción diaria de la convivencia? ¿Qué enseñamos en cuanto a cómo plantear las diferencias, cómo canalizar los conflictos y los reclamos?
Entre los extremos de complaciente y represivo o la “amenaza” de sanciones imposibles de sostener  existe una variada gama de alternativas para trabajar.
Muchas voces plantean el “hablar” con los alumnos. Frente a lo que nos toca vivir y el ejemplo que a diario estamos dando … ¿No será de mayor utilidad “escuchar” y “leer” lo que nuestros jóvenes quieren decirnos con estos hechos?
Intentar escuchar y entender no significa justificar, o dejar de lado la norma y las sanciones,  pero seguramente habilitará nuevos significados  que permitirá  otras  posibilidades para abordar la situación.
Esto implica también dar lugar al  diálogo y habilitar la palabra . Y «habilitar» la palabra implica escuchar al otro, en particular a quien no piensa igual que yo. ¿Estamos realmente promoviendo el diálogo y la palabra o sólo lo hacemos desde el discurso?
¿Qué estarán reclamándonos nuestros jóvenes? ¿Acaso estarán devolviéndonos como en un espejo la imagen que como adultos les estamos dando?

 

 

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