Si bien el título es amplio, abarcador de muchos y diferentes centros, me voy a focalizar en el nivel primario donde la socialización secundaria que comienza en el nivel inicial, se profundiza. Sin duda este tema se relaciona con la mirada puesta en el alumno. La atención, la palabra y la intervención oportuna son fundamentales en la prevención de los conflictos, en su rápida gestión si ya se han instalado y en su contención si no hemos llegado a tiempo para evitar su escalada.
En nuestras sociedades postmodernas muchos niños están solos. No importa a cuál clase social pertenecen. La vulnerabilidad no reconoce estratos, status o riqueza material. Los roles en las familias han ido modificándose. Por necesidad o deseo de superación los padres pasan muchas horas fuera del hogar. Los chicos quedan al cuidado de niñeras o familiares frente a un televisor o con más suerte a una computadora. Cuando vuelven a sus casas cansados luego de una larga jornada laboral ya no hay tiempo ni deseos de escuchar a los hijos. Sus preguntas, sus relatos del día, resultan insignificantes ante el ajetreado e importante día de los progenitores.
En la construcción de una identidad con una autoestima saludable es fundamental estar presente. El niño se sentirá importante, merecedor de un lugar en el mundo si sus padres que son su universo, con el poder de definir lo bueno y lo malo le otorgan un lugar preferencial en sus vidas. Si esto no ocurre y lamentablemente los docentes vemos que se da con más frecuencia año tras año, la escuela tiene la segunda oportunidad de hacer una diferencia. El niño de seis años que ingresa a la escuela primaria es dúctil aún, maleable. Si bien los cinco primeros años de su vida son los más importantes en la construcción del andamiaje de la personalidad, la tarea de la escuela no es menor. Edificará sobre esas bases y tratará de fortalecer en tanto los cimientos. La esperanza, la energía puesta en estos objetivos nunca debe decaer.
Un docente comprometido con su tarea sabe que su misión va más allá de la enseñanza de las letras y los números. Un niño que no es feliz, que no se siente escuchado, cuya voz no tiene valor ni importancia no puede aprender. El deseo de aprender surge desde lo interno. Aprenden porque quieren hacerlo, porque los impulsa la vida, la alegría, la curiosidad, el amor hacia su maestra y los buenos momentos compartidos con los compañeros. Los estímulos externos no llegarán si el alumno ha cerrado las puertas de su corazón. Necesitamos llegar a él. El docente tiene que encontrar la llave y esta es una combinación de afecto y de límites. El “no “ es amor. Si sabemos decir no significa que podemos decir sí. En esta polaridad propia de nuestro universo conocido se juegan todos los matices intermedios. Hay un solo lugar donde no existe ningún color y este es el de la indiferencia, la nada misma. No hay posibilidad de ser si no soy para otro. Octavio Paz decía: “Para que pueda ser, he de ser de otro, salir de mí, mezclarme entre los otros, los otros que no son si yo no existo, los otros que me dan plena existencia”.
Pertenecí con orgullo a un sistema de educación municipal con cincuenta y cuatro años de trayectoria en Mar del Plata, cuyas raíces fueron la necesidad acuciante de trabajar en el fortalecimiento de los lazos y la igualdad de oportunidades en las comunidades socialmente desfavorecidas. El origen fundante de nuestra misión no ha decaído a pesar de los cambios en la sociedad y las diferentes políticas educativas. Escuchar, acompañar, contener han sido y son nuestras premisas.
A la escuela lentamente van llegando ideas del campo de la resolución alternativa de conflictos, que aportan modos de intervención, herramientas de comunicación asertiva y algunas técnicas de mediación posibles de aplicar. No es una tarea fácil. Los espacios y los tiempos son escasos. El presupuesto también. Sin embargo, no es nuestra característica ceder ante los obstáculos. Hemos puesto en práctica varios proyectos de convivencia y de mediación.
En mi rol de directora de la escuela primaria municipal N° 4 de la ciudad de Mar del Plata, utilicé a diario dos de los métodos alternativos de resolución de disputas: la facilitación y la mediación. En el primer caso, cuando se trataba de miembros de un grupo numeroso, como por ejemplo todo el curso, favorecía la participación de los involucrados para que la palabra circulara y no fuera colonizada por algunos. De esta manera la comunicación incluía a todos y podía llegarse a un consenso democrático donde las miradas más representativas del grupo eran tenidas en cuenta.
Cuando surgían conflictos entre dos y tres miembros, luego de la primera intervención del docente y si no se ha había llegado a una solución, eran llamados a la dirección del establecimiento. En este caso aplicaba reglas y procedimientos de la mediación. Dado que el tiempo disponible era acotado y yo era la autoridad de la escuela no podría considerarse una mediación en sentido estricto, aunque daba igualmente excelentes resultados. Pude observar que no había recurrencia en las disputas en la casi totalidad de los casos.
Al comenzar les decía a los alumnos que haríamos una “mediación”. Elegía usar esta palabra para que fueran acostumbrándose a ella, con la intención que en un futuro estuviesen más sensibilizados a este método pacífico. Les explicaba brevemente cuáles son las reglas y el procedimiento. Cada uno tendría la palabra. El otro u otros no debían interrumpir el relato sino escuchar atentamente para enterarse cómo veían sus compañeros el problema. No era para darles la razón necesariamente, sino que era una oportunidad de comprender cómo llegaron a este punto de la disputa. Luego hablarían los otros y también serían escuchados sin interrumpir. Yo sí podía ir haciéndoles preguntas para entenderlos y ayudarlos a que se entiendan.
Los alumnos comenzaron a conocer el método y se acercaban más relajados: sólo la idea de ir a un lugar donde serían escuchados y la violencia no iba a estar permitida, producía una desescalada del conflicto. Era muy interesante observar que al elegir quién iniciaría la narración de lo ocurrido, la mayoría quería ceder la palabra al otro y empezaban diciendo y con una sonrisa: “vos” …” no dale vos” …” «no, contá vos”, hasta que alguno se animaba o yo decidía en caso que no, quién lo haría. En general eran respetuosos del turno en la palabra, con muy pocas interrupciones. De todas maneras, bastaba con un recordatorio de las reglas del procedimiento para que la mediación se encauzara.
Sin duda las preguntas abiertas producían excelentes resultados para ayudarlos a concentrarse en sus intereses y también para producir “empatía” sobre la versión del otro. En una ocasión, dos nenes de ocho años cerraron el trato con un apretón de manos y uno le dijo al otro: “al final vos tenés la misma vida que yo”. Ambos niños no tenían un padre presente. Más aún no tenían un padre que los hubiera amado. Uno de ellos lo había maltratado seriamente en su primera infancia con el resultado de terribles marcas en su cuerpo. El otro también era violento con el niño y su madre.
En la mayoría de los casos los alumnos que resuelven sus conflictos en forma violenta viven en su cotidianeidad situaciones de maltrato físico y verbal que son “naturalizados”, por consiguiente el espacio de escucha activa que ofrece la escuela es el único donde pueden relajarse, sentirse contenidos y comenzar a comprender que existen otras formas de resolver sus controversias, más efectivas, no violentas, que preservan los vínculos y donde cada uno de ellos sale fortalecido.
Luego otro aspecto que merece atención es el clima institucional. Son variados los roles y los intercambios que se realizan y todo tiene efecto en la mirada del alumno hacia la escuela y en el impacto sobre su aprendizaje social y de contenidos, ya que ambos aspectos no están escindidos. Aquí es fundamental mantener la alegría y el buen humor presentes en todos los momentos de la jornada. Desde el saludo inicial hasta la despedida donde la energía decae inevitablemente. El trato cortés a la comunidad, el tiempo de escucha, el lenguaje analógico que se despliega en cada encuentro entre docentes, alumnos, padres, directivos y auxiliares, con toda la variedad de sus combinaciones, va tejiendo una trama que sostiene y da identidad a la escuela como institución. Jaime Barilko decía: “Somos trama, creo que recordarlo hace bien, porque cuando rompes los hilos de los demás estás descomponiendo los hilos de tu propia existencia. Si la trama de los otros se rompe, la propia existencia cae en un vacío, porque pierde el sostén que los demás representan”.
Otro aspecto cuya presencia sostenida da vida a la escuela que trasciende las dificultades y apuesta a construir, es el trabajo en equipo. Sin él, cualquier empresa se torna áspera e inalcanzable. Desde los directivos hasta el personal auxiliar, pasando por los docentes y alumnos, lo que se hace con consenso y esfuerzo mancomunado supera en creces a cualquier intento individual por más ingenioso o destacado que pueda parecer. Cuando hay equipo hay generosidad, solidaridad, ausencia de ego, esfuerzo, humildad, perseverancia, fortaleza, fe. El todo es más que la suma de las partes, sinergia que permite logros impensados de no existir un alto grado de trabajo colaborativo guiado por los mismos propósitos.
Creo que necesitamos permanecer en la esperanza. Hay mucho trabajo silencioso que pocas veces trasciende las puertas de la escuela hacia horizontes más extensos. Hay buenas nuevas para ser transmitidas.
Para finalizar los dejo con algunos fragmentos de la obra “Abriéndonos” de Henri Nowen: “Nuestra gran tarea es no permitir que nuestros temores clasifiquen a los demás como seres especiales sino simplemente verlos como personas. La palabra persona viene de per-sonare que significa” resonar a través de”. Nuestra vocación en la vida es ser y transformarnos paulatinamente en personas que resuenan una a través de la otra en una realidad más grande que la que nosotros mismos conocemos plenamente. Como personas, resonamos a través de un amor más grande del que nosotros podemos comprender, de una verdad más profunda de la que nosotros podemos articular y de una belleza más rica de la que nosotros podemos contener.”
“Aunque no podamos oírnos a nosotros mismos resonando, a pesar de ello resonamos el uno a través del otro. Esto implica que nuestros dones y capacidades reales sólo las conocemos cuando somos reconocidos y reafirmados por aquellos que los reciben.”
“No creeremos nunca que hay algo que dar si no hay alguien capaz de recibir. Los docentes que saben liberarse de la necesidad de impresionar y controlar y que saben permitirse a sí mismos el ser receptivos de cara a la novedad que los alumnos traen consigo, descubrirán que en la receptividad, los dones y capacidades se hacen visibles.”
Autora:
Silvia Noemí Del Rio
Lugar de residencia: Mar del Plata
Profesión: Maestra Normal Superior, Profesora en Ciencias de la Educación. Licenciada en Resolución de Conflictos y Mediación.
Celular: 2236915399
Correo electrónico: sndelrio@hotmail.com