Por Atilio Arcidiácono. azulgris17@yahoo.com.ar
Parecería como que todos transitamos la vida usando “piloto automático”. Es decir no necesitaríamos estar atentos ni a la variable del tiempo, el espacio ni de los otros.
Avanzamos de frente a la concreción de nuestros objetivos. Nuestras metas, parecerían ser alcanzadas a partir de seguir el carril que nos proponemos, casi como que para cada uno hay un carril diferente en una anchísima autopista donde todos al unísono transitamos.
Por supuesto que esta visión basada en el individualismo a ultranza solo nos llevaría a una tremenda destrucción grupal.
El “hoy”, el “ahora”, los “otros” demandan para su seguridad y la nuestra sacar el piloto automático y hacernos cargos responsablemente de lo que hacemos, lo que omitimos, lo que decimos y pensamos.
Pensar que sólo somos nosotros es suicida. Es no ver la realidad. Pensar que para lograr nuestros objetivos sólo debemos encaminarnos a ellos es omitir las variables generadoras de los conflictos que debemos afrontar.
En el tránsito por este individualismo, que algunos predican como prometedor del éxito, la falta del reconocimiento de los propios errores, la soberbia, la intolerancia, la no percepción de las necesidades del otro, el no descubrir los intereses reales del oro, nuestra ansiedad, nos ponen trabas  para el cumplimiento de nuestro objetivo.
No darnos cuenta que nuestro hacer “retumba” en el grupo es no entender el grupo.

Pero cuál sería el modo para de transitar exitosamente nuestra vida. No hay una respuesta única. Lo más próximo a una respuesta universal, sería que cuanto mejor es la percepción de la realidad, mayores opciones de éxito tendremos. Pero es bueno tener en cuenta que una buena percepción no es la única variable de éxito.
Más aún deberíamos desentrañar cuál es el significado de éxito para cada uno de nosotros. Seguramente sería tal galimatías, que no podríamos acertar con una respuesta aplicable a todos.
Parecería que la mayor de todas las dificultades es aprender a trabajar en grupo. Una de las causales de ello, sería nuestra intolerancia en referencia a las posiciones adversas o parcialmente adversas de método o fin.
Es grande la dificultad para logra un acuerdo de partes y, aún logrado, cumplirlo. Todo esto nos lleva a pensar cómo resuena el otro en mi y de que manera su forma peculiar de ser puede a momentos ser un complemento nuestro y en otro momento sólo un adversario a quien vencer.
Es para pensar si las metas que nos proponemos realmente podemos alcanzarlas solos o sólo solidariamente. Y  en esta búsqueda de metas en forma solidaria si debiéramos o no redefinirlas en base a los intereses de los otros. Cuál es nuestra capacidad de diálogo, escucha, negociación,  alcance de acuerdos, cumplimiento de los mismos, capacidad de reformulación de acuerdos.
Esto es el quehacer cotidiano en la familia, el barrio, la escuela, el trabajo, el transitar por la ciudad, al hacer las compras, es decir en cada hacer que de alguna manera nos expone a negociar con el otro.
Lo opuesto a esto es imponer al otro, delicadamente, engañosamente, amenazantemente, violentamente.
Podemos lograr el aval del otro o por lo menos no su oposición a través de conductas que tiendan a confundir sus intereses o que le hagan creer, que sus intereses son los nuestros. Pero en la medida que esto se descubra tendremos que lidiar con alguien engañado que descubrió el engaño.
Es verdad que la vida es cambio permanente a una velocidad cada vez mayor y que esa vertiginosidad de los cambios no ameritarían estar en un estado de reflexión permanente. Lo que sucede es que la visión del otro y el tratamiento que damos al otro es lo que determina nuestra línea de acción y que nos define. Es ello lo que aumenta las dificultades para lograr nuestros objetivos o las disminuye.
Es ello quien nos brinda aliados o nos genera resistencias.
No podemos pensar que estamos solos en el mundo, que los resultados deseados pueden lograrse de cualquier manera.
No es verdad que somos los únicos en descubrir que es lo mejor para todos. Este concepto basado en la capacidad visionaria de unos pocos no solo atenta contra el bien común sino que no respeta los tiempos de cada uno.
Pretender que todos al unísono sigan la demarcación del visionario, es un concepto que atenta con el concepto de democracia y se fundamenta en la militarización, donde la obediencia del subordinado con respecto al que manda no permite ni la vacilación ni da espacios para expresar lo que se piensa.
Es que sin duda es más fácil abrogarse la capacidad de ordenar que la capacidad de dialogar y escuchar.
Tampoco es cierto que arribar a un cargo, por concurso o elección, sea un cheque en blanco para que actuemos sin dar cuenta de nuestros actos.
Toda gestión amerita la búsqueda permanente de la validación de sus actos, no de una manera demagógica sino a partir de los procesos democráticos.
A este punto chocamos con otro hecho de la realidad, la detección del poder.
Parecería evidente que quienes sustentan el poder, instituciones, corporativas, personas, pueden torcer la voluntad de las mayorías. De hecho cuentan con los recursos necesarios para hacerlo.
Esto es más salvaje cuanto más acendrado esté el individualismo.
La desorganización, la falta de acuerdos base de las mayorías, es lo que nutre al poder.
Las rivalidades, las divisiones, la expectativa de obtener cargos para adquirir poder, los acuerdos espurios, las traiciones, el pensar que hay sectores o instituciones que deben dar las respuestas a nuestras necesidades, son los que dan fuerza a los poderosos.
Quizás la base de todo sea valorarnos en la justa medida de lo que somos. Valorar al otro como un  interlocutor válido. Buscar soluciones concretas mediatas con acciones a continuar en el tiempo.
Adquirir las destrezas del diálogo la tolerancia, buscar la satisfacción de la mayoría, por resultados que mejoren su calidad de vida, su capacidad de trabajo y su capacidad de servicio.
En este marco la Escuela, como institución cuyo fundamento es integrar niños y jóvenes a la sociedad, logra un sentido trascendente.
opi

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