Por Daniel Martínez Zampa.

A raíz de las medidas que se han tomado en Reino Unido donde se propone levantar las limitaciones por la pandemia apelando a la responsabilidad individual de los ciudadanos, recordé este artículo escrito ya hace unos años.

A diario vemos signos del descontrol que existe en los diferentes ámbitos de la sociedad.
Vemos descontrol en el tránsito, en las salidas de los jóvenes, en los lugares de trabajo, en la falta de respeto de las normas elementales que son necesarias para la convivencia.
Discépolo de manera genial en Cambalache describió la sociedad actual: ”Hoy resulta que es lo mismo ser derecho que traidor, ignorante, sabio, chorro, generoso, estafador. ¡Todo es igual, nada es mejor, lo mismo un burro que un gran profesor!… Siglo veinte, cambalache, problemático y febril, el que no llora no mama y el que no roba es un gil…”.

Frente a este “cambalache” en el que estamos inmersos la única respuesta que se reclama e impone parece ser “aumentar los controles”.
Es así que, en las calles de algunas de nuestras ciudades proliferan los llamados lomos de burro en cada esquina para “obligar” a los conductores a disminuir la velocidad o periódicamente se realizan operativos para controlar a quienes no respetan los semáforos, en especial los ciclistas. “Operativos” que duran unos días y luego todo vuelve a la “normalidad”.
En otras esferas se busca controlar a los jóvenes, en particular los fines de semana.
También, cuando ocurren hechos de violencia se aumentan los controles con presencia policial en ciertos sectores, se reclama “bajar la edad de la imputabilidad”, se prometen políticas de “tolerancia cero”, etc, etc,
En algunas oficinas públicas se establecen mecanismos para “controlar” el horario de entrada y salida, sin importar qué se hace “durante” el horario de trabajo, si ese tiempo se dedicó efectivamente a desempeñar alguna tarea o a “navegar” por Internet, leer el diario o destinarlo a la “compra-venta” de los más variados productos.
”En las instituciones educativas también se reclaman más controles hacia los alumnos, docentes, etc.
Pareciera ser que la única respuesta que tiene el sistema ante el “descontrol que existe es aumentar los “controles”, sin ver esta realidad “descontrolada” como un síntoma de algo más profundo.
Es como creer que combatiendo la fiebre se combate la enfermedad.
Detrás del control subyace la concepción de ver al otro como “sospechoso” o “incapaz de autogobernarse”.
Vemos que estos “controles” muchas veces no se realizan por convicción sino por el impacto que el tema tiene en la opinión pública, basta el ejemplo de los controles en ciertos sectores mientras que en otros, por acción u omisión aún la ley no puede ser cumplida, incluso quienes tienen la obligación de hacerla cumplir como los jueces o fiscales quedan impotentes por falta de apoyo. Los medios de comunicación nos dan diarios ejemplos de ello.
Los controles son necesarios, ahora, cuando estos son la UNICA respuesta del sistema, lleva a una espiral de requerir cada vez más controles, hasta que llegamos a un punto que nos preguntamos ¿Hasta cuándo se pueden sostener los controles? ¿Quién “controla” al que controla?
En la sociedad de hoy se hallan en crisis las instituciones que representan la autoridad, desde la familia, la escuela hasta la justicia.

En lugar de preguntarnos por los motivos de esta crisis sólo se respondemos aumentando los controles sin hacer nada por “educar para la libertad y la responsabilidad”. Nos quedamos en el “síntoma” sin ver las causas.
En ocasiones el mismo mecanismo de control genera una espiral que lleva a la escalada de violencia y requerir “mayores”· controles.

Para ello se lanzan “operativos», ”planes”, “programas”, etc, etc… que prometen “erradicar” determinada problemática, pero sólo se centran en generar mayores “controles” que dan la sensación que “algo” se está haciendo. “Controles” que duran un tiempo mientras se pueden sostener o hasta que la gente encuentra la forma de evadirlos.

El control no debe ser la única respuesta frente al descontrol, debe trabajarse en forma paralela en los espacios para que los sujetos vuelvan a asumir el protagonismo, con la participación y el compromiso ciudadano. Requerimos volver a creer en la capacidad de las personas para ser constructoras de su propio destino en el marco del respeto a los demás y la convivencia.

Debemos ”Educar para la libertad” como lo sostenía Paulo Freire, y ello implica perder el miedo a ser libres. Este miedo a la libertad- sostiene Freire- se encuentra tanto en opresores como en oprimidos, aunque mientras para los oprimidos significa el miedo a asumirla, para los opresores significa el miedo a perder la libertad de oprimir. Aumentar los controles también es una forma de construir una falsa autoridad.

Educando para la libertad lograremos que el descontrol se encamine hacia una sociedad donde la regla pase a ser el cumplimiento de la norma y podamos cambiar esta sociedad de hoy que Discépolo describió en Cambalache.

Esto requiere dejar de buscar ·culpables y pensar en la responsabilidad de cada uno de nosotros como miembros de la sociedad, y del Estado, generando políticas públicas activas que promuevan la construcción de consensos y la real participación ciudadana. Parte esencial de esas políticas deben partir desde la Educación.

Pero debemos “educar” desde el ejemplo y no desde el discurso.

Nuestros jóvenes manifiestan su hartazgo sobre el doble discurso de los adultos.

Si bien estas políticas pueden no tener “rédito”  inmediato, se hace necesario que, de una vez por todas se tome la decisión de trabajar en serio, terminado con los “parches” que a diario vemos a los que se recurre como manotazo de ahogado para demostrar que “algo se está haciendo” ante una realidad que cada día se presenta más compleja.

Publicado en diario Norte, Revista Chaqueña, 26 de octubre de 2008
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