Por: Rafael Juarbe Pagán
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En una acalorada discusión, mientras debatía apasionadamente con un grupo de amistades, uno de ellos detuvo todo y dijo: «Rafa, No le des más vueltas, ese tipo es una basura, no sirve».
Sus palabras resonaron fuertemente no dando margen a continuar nada más y dejando en mi mente una pregunta inquietante: ¿tenemos realmente licencia para ofender de esa manera?
El lenguaje que utilizamos es poderoso, tanto para construir puentes como para levantar barreras. Un imperativo altamente ofensivo debe siempre ser evaluado y medido.
En especial considerar cómo utilizamos nuestras palabras, depurando nuestro discurso para promover una comunicación más sensible y, sobre todo, eficiente. A menudo, sin darnos cuenta, nuestras expresiones ofensivas generan reacciones defensivas en los demás, socavando cualquier posibilidad de un diálogo constructivo.
Es comprensible que nos sintamos indignados cuando presenciamos actos que consideramos atroces e imperdonables.
Sin embargo, debemos recordar que la manera en que juzgamos y etiquetamos a los demás tiene un impacto duradero. En lugar de aferrarnos a nuestras condenas inmediatas, podríamos buscar un enfoque más cuidadoso y empático.
En última instancia, todos hemos actuado de manera incorrecta en algún momento de nuestras vidas.
Si permitimos que nuestros juicios severos nos definan, perpetuamos un ciclo de rechazo y desprecio.
En lugar de eso, podríamos considerar que nuestras fallas pasadas no deberían ser motivo para cargar por siempre con el sello que ponemos a otros al desecharlos o calificarlos con tanta dureza.
La licencia para ofender no debería ser una opción en nuestros intercambios verbales. En cambio, podemos cultivar la habilidad de expresar nuestras opiniones con respeto y empatía.
Al hacerlo, abrimos la puerta a una comunicación de soluciones comunes, incluso en medio de nuestras diferencias más profundas.
Recordemos que nuestras palabras tienen el poder de herir o sanar. En lugar de utilizarlas para destruir, fomentemos una sociedad en la que la comprensión y el respeto sean los cimientos de nuestra comunicación. En última instancia, la verdadera licencia que necesitamos es la de aprender a comunicarnos de manera efectiva y humana, reconociendo que todos somos imperfectos y merecedores de compasión.